martes, 26 de octubre de 2010

Curas Villeros.

“La única forma de cambiar es conocer”

Testimonio del padre Pepe Di Paola (por: Adrián Hernandez)
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José María di Paola (48) vive, desde 1997, en la villa 21-24 del barrio porteño de Barracas. Desde su experiencia pastoral, habla de los prejuicios hacia el villero y de su religiosidad, de la integración, de la marginalidad, del paco y la prevención.

El hombre de la villa —creo— le pediría al habitante de la ciudad que no lo discrimine, que primero lo conozca, que no se deje guiar por la televisión que muestra un hecho de violencia y generaliza la idea de violento o delincuente. Una vez que lo conozca, se dará cuenta de que hay más cosas para compartir.

El desafío más importante en la villa es que la sociedad conozca sus valores religiosos y culturales, y apuntar hacia una integración urbana en los barrios. Hay dos males que llegaron de afuera: la violencia y la droga. Nos preocupa cómo hacemos para prevenir y recuperar.

En el ‘83, frente al planteo de erradicación, se propuso la urbanización y se aceptó que los pobres podían vivir en Buenos Aires. Los barrios están consolidados. La gente construyó sus calles, sus plazas y su canchita. El verdadero urbanizador fue el villero. En este momento, es preciso urbanizar respetando lo que está y mejorar estructuralmente para vivir con dignidad.

La marginalidad es un mundo paralelo, en las grandes ciudades, que crece al borde de una situación normal de vida, con pobreza y una vida más indigna. Los barrios más pobres no cuentan con suficientes escuelas, ni centros de capacitación. Por acá, pasan el 70 y el 46, pero no hay una línea que vaya al Hospital Pena, a quince cuadras.

El paco es una droga que puede consumir la clase media y alta. Sin embargo, la destrucción de la vida se da aquí. Al no existir la cantidad de recursos presentes en otros lugares, se convierte en un exterminio. Si una familia quiere internar a su hijo, no tiene obra social o se pierde en una burocracia infinita.

El paco te sumerge en un hábito muy fuerte, en una degradación y una situación de calle. Allí contraen enfermedades pulmonares y tuberculosis. El paco va rompiendo el tejido social, familiar y la vida del individuo. Atender a los chicos significa disponer de un lugar barrial donde puedan aterrizar con su vida e imaginar caminos de recuperación que no son iguales para cada uno.

Todos comienzan con marihuana y alcohol. En el origen del consumo, radica el problema espiritual sobre el sentido de la vida y las situaciones que ayudan, por ejemplo, tener el paco cerca y el consumo permitido en tiempo de ocio. El colegio secundario apunta a chicos que empezaron y la dejaron, entre 15 y 16 años, porque son un caldo de cultivo para el consumo.

El mundo adulto se olvidó de su responsabilidad de enseñar. No hablo de moralina, sino de ocuparse. La preocupación y la ocupación, por lo común, es como si no existieran. Es importante volver a la visión cristiana del hermano, de la solidaridad y del encuentro con el otro que caracterizó a la Argentina en otra época.

El paco es la expresión de la marginalidad. A los funcionarios, a los jueces y a los que quieren ver, habría que decirles “vení, fijate, mirá este pibe que se está muriendo y está en la calle”. La única forma de cambiar es conocer.
Con el paco perdemos todos, pierde quien vende porque pierde la moral. El chico pierde la salud. Pierde la familia porque se desintegra. Pierde el Estado —si se ocupara— porque tiene que atender sus vidas. Pierden otros porque el paco engendra violencia. Puede morir el chico u otra persona.

Una gran satisfacción es cuando un chico termina la secundaria, sin caer en la droga. Algunos empezaron la terciaria. El profesor que enseña escultura en la escuela de oficios es de la villa. Hoy es un líder positivo que se ayuda a sí mismo y ayuda a otros a progresar. Es una bendición para su vida y para los demás. Estás cosas te alientan y te dan alegrías.

Nico, por ejemplo, un año atrás, estaba en la calle entre chapas y cartones. Un día, vino al centro de chicos de la calle y se quedó ahí guitarreando. Pidió bautizarse. Pasó al centro de recuperación y ahora está en la granja. Él tomó conciencia de que está enfermo, que tiene que tratarse siempre y organizar su vida de otra manera. Hoy es un chico que está pensando en trabajar y en formar una familia.


La experiencia del pueblo

La Teología del Pueblo trabaja el sentido del pueblo, sin ideologías o pensamientos que no sean los de la gente. Toma la experiencia del pueblo en su relación con la fe, su historia y su cultura. Se habla del trabajo y de la vida del ser humano. En este sentido, los pensamientos, las leyes y las organizaciones deben pensarse desde la gente.
Una de las bases en la parroquia es ¿cómo se expresa la fe del pueblo? No venimos a imponer, sino a tomar lo que hay y tratar de darle cause sobre la expresión de la fe. Por ejemplo, detrás de la figura de san Cayetano, se esconde un pedido de paz, de justicia y pan. Saber leer esto es importante.

Las ideas conservadoras y progresistas terminan siendo iguales en el abandono. Un liberal-conservador piensa “eso no me toca a mí” y no hace porque corresponde al Estado. Frente al chico que está en la calle y necesita una intervención rápida del Estado, el progresista dice “hay que preguntar porque, si no estás siendo facho”. El paco destruye primero la voluntad. Cuando le vas a preguntar, el chico ya está muerto.

En realidad, en una sociedad adulta, los internan directamente. Éste que pregunta seguramente tiene un hijo de 8 o 9 años, a quien le exige que vaya a la escuela, porque sabe que la exigencia implica una enseñanza y ganas de que crezca bien.

Los curas de la villa no queremos ser opinólogos, sino hablar de lo que vivimos. Esto sirve para mostrar lo que está oculto, para que haya caminos de solución. Esto está mal, tratemos de cambiarlo. Hay propuestas positivas. La integración urbana es una propuesta, y el paco es un desafío para el Bicentenario.


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